sábado, 1 de septiembre de 2012

Soy mujer, he llegado a la cima y no me gusta lo que he visto



| 30 de julio de 2012


 
Atlantic_blog_main_horizontalCafé Steiner cierra durante agosto. Todos tenemos libros atrasados que estamos deseando leer, horizontes que explorar y neuronas que descomprimir. Es tiempo de alimentarse de nuevas ideas, lecturas, puntos de vista distintos. También, ¿por qué no?, de tomarle algo de distancia a esta crisis, aunque sea para poder comprobar si desde lejos es igual de fea que desde cerca.

 Pero no quería despedirme hasta septiembre sin aprovechar para dejarles con un debate que me tiene fascinado. Es un debate sobre el ascenso de las mujeres a los puestos de máxima responsabilidad, en el gobierno y en las empresas, y los costes que ellos conlleva, los obstáculos con los que se encuentran y, especialmente, con la mirada tan interesante que aportan sobre la conciliación entre la vida personal y la vida profesional, un tema en el que han sido pioneras las mujeres, pero que cada vez nos preocupa, e incluso agobia, a cada vez más hombres.

El debate lo inició Anne Marie Slaughter con este artículo en “The Atlantic Monthly”. Se titula “Why Women Still Can´t Have it All”, es decir, “¿Por qué las mujeres no pueden todavía tenerlo todo?”. La relevancia del artículo ( verán que tiene 192.000 recomendacines en Facebook y miles de menciones en Twitter) es que Anne Marie Slaughter es una de las mujeres más admiradas en el mundo de la política exterior estadounidense. No es que sea académicamente brillante y haya completado una carrera universitaria extraordinaria, es que además es una fantástica comunicadora (con fantásticos artículos  en la A-List del Financial Times), una activista política comprometida y una persona encantadora (esto lo digo con conocimiento de causa, porque tuve la suerte de sentarme al lado suyo en una cena celebrada en Berlín hace un par de meses).

El caso es que Anne Marie accedió en enero del 2010 al puesto seguramente más deseado por cualquier académico/a especialista en relaciones internacionales: responsable de la unidad de análisis y planificación del Departamento de Estado de Estados Unidos (Head of the Policy Planning Staff). Ese puesto, con Obama de presidente y Hillary Clinton de Secretaria de Estado es, como ella misma reconocía, el puesto de su vida, el lugar para la realización personal y profesional, una oportunidad increíble para dejar de estudiar la política exterior y ponerse directamente a cocinarla.

 Dos años después, sin embargo, Anne Marie confiesa que no era feliz, que el precio personal de vivir en Washington durante la semana, viajar continuamente y solo ocasionalmente poder volver a Princeton con su familia le resultaba muy elevado. A pesar de tener todas las facilidades económicas y todo el apoyo familiar en un marido que respaldó su decisión y asumió sin dudarlo la tarea de estar en el día a día con sus hijos, Anne Marie se confiesa pensando todo el rato en que sus hijos, en plena adolescencia, la necesitan y que ella, incluso aunque ellos no la necesitaran a ella, también les necesita. Dos años después, Slaugther confiesa que decidió tirar la toalla y volverse a casa.

 “¿Por qué los hombres no tienen estas preocupaciones?”, se pregunta Slaughter, lo que le permite abrir una reflexión sobre hasta qué punto los hombres han conformado una cultura profesional en la que la vida familiar es una debilidad, algo que debe dejarse a un lado y, especialmente si quieres ocupar altos puestos de responsabilidad sacrificar. Y la facilidad con la que lo hacen es algo desquiciante, añade, hasta el punto de que cuando en Washington alguien es cesado por discrepancias o errores políticos, todo el mundo acepta como natural que se diga que se va a casa “para pasar más tiempo con su familia” cuando todo el mundo sabe que es un eufemismo o directamente una mentira.

Las mujeres, concluye Slaughter, nos hemos mentido a nosotras mismas, y seguimos haciéndolo cuando creemos que podemos ser exitosas como los hombres, ocupar altos puestos de responsabilidad, y encima mantener una vida familiar y personal plena, incluyendo cuidar a nuestros hijos. No se trata sólo de cuidar de ellos, sino de pasar tiempo con ellos, tener la oportunidad de ayudarles a formarse como personas etc. Por eso, concluye Slaughter, comportarnos como “super-women” no es la solución: claro que podemos tener éxito y hacerlo tan bien como ellos, pero ¿de verdad queremos pagar el mismo precio?, se pregunta. ¿No sería mejor, sugiere, que cambiáramos esa cultura laboral, pensada por y para hombres, de tal manera que hubiera más flexibilidad y, sobre todo, más visibilidad del hecho de que todos tenemos más dimensiones que la estrictamente laboral?

No puedo estar más de acuerdo con las reflexiones de Slaughter. Todos sabemos por experiencia hasta qué punto nuestros mundos laborales está lleno de hombres exitosos profesionalmente pero fracasados en lo personal y en lo familiar, hombres que no quieren irse a casa, hombres unidimensionales, entrenados para el trabajo, adictos a él y que han renunciado a su vida familiar. Luego se jubilan o les dan un premio, y agradecen a su familia “el apoyo” pero todos sabemos que en muchos de esos casos nunca hubo un apoyo, sólo una resignación por una ausencia que prolongó por décadas sin ningún cuestionamiento. Slaughter es honesta, seamos los hombres también honestos y reconozcamos que somos el problema y, por tanto, la solución. Es mejor que las imitemos a ellas que que ellas nos imiten a nosotros.

martes, 28 de agosto de 2012

Mujeres Invisibles - Poder económico


Pablo GentiliPablo Gentili. Nació en Buenos Aires en 1963 y ha pasado los últimos 20 años de su vida ejerciendo la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Su trabajo académico y su militancia por el derecho a la educación le ha permitido conocer todos los países latinoamericanos, por los que viaja incesantemente, escribiendo las crónicas y ensayos que publica en este blog. Actualmente, es Secretario Ejecutivo Adjunto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Sede Brasil).



La participación de las mujeres en el mercado de trabajo no ha parado de crecer durante las últimas décadas. El acceso a puestos cada vez más cualificados y el progresivo aumento en las oportunidades educativas de las mujeres, han permitido que el sistema de relaciones laborales se haya vuelto más diversificado y hoy dependa del trabajo femenino para su propia reproducción. La creciente expansión del mercado laboral estuvo vinculada a que las mujeres se volcaran del hogar o de la producción rural familiar a las fábricas y a las más diversas actividades del comercio y los servicios. Inclusive en países donde la discriminación femenina siempre ha sido una marca de integridad religiosa y de pureza moral, las cosas parecen estar cambiando paulatinamente. Arabia Saudí, por ejemplo, está construyendo una ciudad industrial exclusivamente para mujeres y planea construir cuatro más. La noticia, aunque quizás no constituya un modelo recomendable para la promoción de la equidad de género en el mercado de trabajo, revela cómo, un reino petrolero apegado a creencias ultra-conservadoras, homofóbicas y misóginas ha debido rendirse a la evidencia de que las mujeres son necesarias para el aumento de la producción y del progreso económico. El Banco Mundial, una de las agencias que más ha contribuido con sus recomendaciones a multiplicar las desigualdades sociales en todos los países del mundo, no ha dejado tampoco de reconocer que la igualdad de género es un objetivo loable y necesario para el progreso humano. En su último Informe sobre el Desarrollo Mundial (2012) expone las razones que explican las ventajes de promover la igualdad entre hombres y mujeres: el aumento de la productividad económica y el perfeccionamiento de la especie humana, derivado de reducir la tasa de natalidad y propiciar los valores de la competitividad, el esfuerzo educativo y el cuidado de la salud. El Banco Mundial, no se ha dado por enterado de la existencia de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, menos aún de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Sea como fuera, por conveniencia o no, parece ser evidente que a las mujeres, del mercado de trabajo, no hay quién se anime a sacarlas.

Largada - competencia laboral entre géneros

La cuestión reside en saber si la multiplicación de puestos de trabajo ocupados por seres humanos del sexo femenino ha permitido reducir el carácter segmentado, desigual y poco democrático de los mercados laborales. La respuesta es y no. , porque el acceso de las mujeres al trabajo remunerado ha sido un enorme avance en la democratización de las relaciones sociales sexistas y discriminatorias sobre las que se ha edificado un mercado estructurado por el machismo, el racismo y otras formas de segregación. No, porque al mismo tiempo en que las mujeres ingresaron al mercado laboral, éstos se fueron tornando aún más inequitativos y discriminatorios, haciendo de la desigualdad en el tratamiento de hombres y mujeres una de sus especificidades más destacadas.

La discriminación de género en el mercado de trabajo puede observarse por dos tipos de indicadores. Por un lado, los que permiten advertir la desigual remuneración que reciben hombres y mujeres en el ejercicio de empleos identicos o equivalentes. Una situación que, con diverso grado de magnitud, se presenta en todo el planeta, echando por tierra el principio jurídico que establecen las cartas constitucionales de todas las sociedades democráticas: “a igual trabajo, igual salario”. Por otro, analizando cómo las mujeres no llegan a los principales puestos de comando en el mercado laboral y, cuando lo hacen, son invisibilizadas, despreciadas, relegadas o, simplemente, ignoradas.
Presentaré aquí algunos datos que confirman esta última afirmación.

Hace pocas semanas, la prestigiosa revista Global Finance publicó el ranking de los mejores directores de bancos centrales en una muestra de algunos de los 50 países más importantes del mundo. Los criterios de organización de la lista poco importan aquí, aunque, como podrá imaginarse, cuanto más neoliberal la política económica del país, mucho mejor evaluado sería el banquero en cuestión. Lo que interesa observar es que, entre los 50 directores de los principales bancos nacionales del mundo, sólo 3 eran mujeres, ninguna de ellas perteneciente a cualquiera de las economías más desarrolladas: Zeti Akntar Aziz, de Malasia, Nadezhda A. Ermakova, de Bielorusia, y Mercedes Marcó del Pont, de Argentina. La clasificación obtenida por las mujeres se distribuye de manera equilibrada en el universo masculino de funcionarios banqueros: una obtiene la categoría excelente (Aziz), otra intermedia (Ermakova) y la otra, pésima (Marcó del Pont). Naturalmente, sectores de oposición al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner divulgaron ampliamente la noticia para destacar la incapacidad técnica de Marcó del Pont, una reconocida economista y la primera en asumir la conducción del Banco Central argentino. Más allá de esto, lo interesante es que, además de pocas, fue a una mujer a la que le tocó ocupar el último lugar y, aunque también el director del Banco Central de Ecuador obtuvo la misma clasificación, la última posición fue, como no podría ser de otra manera, femenina. Pocas mujeres en los puestos claves y, cuando acceden a los mismos, desempeño mediocre y evaluaciones humillantes. En efecto, la distribución equilibrada de la participación femenina en la lista no puede ser confundida con cualquier tipo de justicia de genero en la evaluación de desempeño de los funcionarios banqueros. Mientras que sólo el 2% de los hombres evaluados obtuvo la peor clasificación del ranking, un tercio de las mujeres se encontraba en esta posición.




Zeti-Akhtar-Aziz

Ermakova 2Delpont





Las tres únicas mujeres que ocupan la presidencia de alguno de los 50 Bancos Centrales más importantes del mundo. Por orden: Zeti Akntar Aziz (Malasia), Nadezhda A. Ermakova (Bielorusia) y Mercedes Marcó del Pont (Argentina). 

Desconforme con el resultado, decidí ampliar la lista y busqué quiénes dirigían, en otros 50 países, sus bancos centrales. Ninguna nueva mujer apareció en un sombrío escenario de instituciones económicas tan poco adeptas a la igualdad de género como al aumento del gasto público social. Las principales autoridades monetarias del mundo son hombres: de 100 instituciones bancarias nacionales, sólo el 3% están al mando de mujeres.

Quizás ésta pueda ser la razón que explica por qué andan como andan nuestras economías.

Entusiasmado, seguí leyendo Global Finance y observé que los 50 bancos más seguros del mundo también estaban gobernados por hombres, según parece, inteligentes y de buen apetito, constituyendo las mujeres menos del 5% de sus directorios. Llegué a pensar que misoginia y habilidad financiera debían ser capacidades aliadas, ya que el país que tiene los tres mejores y más seguros bancos de América Latina es Chile: la última nación de las Américas en reconocer el divorcio y cuya Ley de Matrimonio Civil fue promulgada recién a fines del año 2004. (Dos años más tarde, en Chile se habían oficializado miles de divorcios y una mujer asumía la presidencia de la república).

Pensando que podía tratarse de un hecho orgánico, biológico o, probablemente, de una sabia decisión de la naturaleza, decidí analizar la correlación entre excelencia bancaria y tamaño del pene de la población masculina adulta en diversas sociedades. La observación estadística y el valioso The Penis Size Worlwide Atlas me tranquilizaron ya que, aunque hay mitos populares que pueden justificar que el éxito en los negocios es una buena forma de compensar la frustración de un pene pequeño, también los hay que atribuyen al tamaño del órgano sexual masculino el coraje necesario para el riesgo y el afán por competir en situaciones adversas. Griegos y troyanos en el universo del imaginario machista disputan las razones que explican por qué unos la tienen más larga que otros. Ganar dinero o saber multiplicarlo son excusas que sirven a los dos bandos para poner en evidencia sus razones. Sin embargo, los estudios existentes muestran que, más allá del sentido común, hay países con excelentes bancos y con poblaciones masculinas adultas con el pene bastante por debajo del promedio mundial; también, países con bancos seguros y lucrativos, cuya población adulta posee penes considerables en términos de su longitud. Hay, de la misma forma, naciones con bancos inseguros y penes descomunales. Así como bancos inseguros en sociedades donde los hombres poseen penes pequeños. Estos últimos, claro, son los países menos agraciados por la naturaleza y por la inteligencia para el mundo de los negocios.

No se trata por lo tanto de ninguna causa natural la que explica por qué los bancos están gobernados por los hombres, sino más bien de una decisión política, de una opción que ha beneficiado a algunos y despreciado a casi todo el resto.

En una entrada ya publicada en Contrapuntos, Desigualdades de género, hipocresías de género, señalaba que de los 187 ministros de economía que participan de la Junta de Gobernadores del Banco Mundial,menos del 9% eran mujeres.

Realicé una revisión en diversas revistas donde se organizan rankings sobre las empresas más poderosas del mundo, sobre las mejores empresas para trabajar, las más competitivas y lucrativas. Estas revistas, publicadas en casi todos los países, suelen traer entrevistas a los principales ejecutivos de las firmas mejor posicionadas. No hace falta haber estudiado sociología para reconocer la excepcionalmente pobre presencia de las mujeres en estas publicaciones.

La baja participación relativa de las mujeres en las más altas posiciones del poder económico mundial se pone también en evidencia en los rankings de las mujeres más poderosas del mundo, siendo el más destacado el que publica la revista Forbes. La última edición del ranking muestra cómo, de las 100 mujeres más poderosas, 36 actúan de forma directa en el mundo de los negocios. Claro que está que casi todas las mencionadas lo hacen, desde la abanderada de la lista, Angela Merkel a la propia Shakira. Sin embargo, un poco más de un tercio actúan ejerciendo algún cargo de gestión o comando al frente de empresas, bancos o diversos tipos de firmas. De éstas, 21 son directoras, presidentes o CEOs (Chief Executive Officer), las otras pertenecen a empresas de gran importancia, pero no ocupan el máximo cargo ejecutivo en sus organizaciones. Es el caso de Sheryl Sandberg, décima colocada en el ranking, COO (Chief Operating Officer) directora de operaciones de Facebook y subordinada a Mark Zuckerberg, creador de la compañía y, también según Forbes, el noveno hombre más poderoso del planeta. Entre las 10 mujeres más destacadas, según la mencionada revista, sólo dos se dedican exclusivamente al mundo de los negocios: la octava, Christine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional, y la mencionada Sheryl Sandberg.

La IAE Business School de Argentina publicó recientemente la lista de los 50 mejores CEOs de América Latina: ninguna es mujer. El asunto no parece haberles llamado la atención ni merecerles el menor comentario.

En rigor, parece que las mujeres están más preparadas para la diversión y el ejercicio de exponer su belleza en público que para dirigir la economía mundial. De las 10 celebridades que lideran el ranking de las 100 personalidades más destacadas del mundo, 7 de ellas son mujeres, según la misma revista Forbes. Las celebridades, naturalmente, también saben hacer negocios. De hecho, las 7 personalidades femeninas más destacadas del mundo del espectáculo acumulan una fortuna que sumada llega a los 443 millones de dólares. Es curioso que, de las 10 primeras celebridades, sólo 3 son hombres. Ellos amasan una fortuna de 260 millones de dólares, o sea, siendo menos de la mitad, poseen un valor equivalente al 60% de la fortuna que las 7 mujeres más exitosas del mundo del espectáculo han conseguido acumular juntas. Si retiramos de la lista a la comediante Oprah Winfrey, dueña de una riqueza estimada en 165 millones de dólares, podemos observar que las 6 mujeres más célebres del planeta poseen una fortuna equivalente a los 3 hombres más famosos (Justin Bieber, Tom Cruise y Steven Spielberg). Dicho en un sentido más simple, en el mundo del espectáculo, dos celebridades de sexo femenino suelen acumular sumadas, la misma riqueza que una celebridad del sexo masculino. Y eso que el mundo del espectáculo es donde las mujeres, según parece indicar Forbes, mejor se desempeñan.

Ganan en popularidad, pierden en la gestión de sus cuentas bancarias, aunque mal no les vaya.
Tampoco les va mal a las mujeres más ricas del mundo, aunque su principal ocupación sea la de ejercer el papel de herederas. El ranking de los 100 principales billonarios del mundo posee sólo 12 mujeres y, casi todas ellas, lo son por haber heredado la fortuna de sus maridos o abuelos.

Finalmente, es importante destacar que la invisibilidad de las mujeres no es sólo una empresa ejercida por hombres sin corazón. Hay mujeres a las que, en general, parece seducirlas la idea de que las enormes desigualdades de género son justas e inevitables.

Mientras preparaba esta nota, me deparé con un video producido por el holding CNN Expansión. Su tema eran “Las mujeres más poderosas de México”. La grabación reúne testimonios de algunas de las empresarias más exitosas de ese país y las organiza alrededor de tres preguntas básicas. Seleccioné tres respuestas, una en cada una de ellas, ya que creo que sintetizan buena parte de los prejuicios que existen al respecto, lo que no es poca cosa cuando son enunciados por mujeres que han triunfado en el mundo de los negocios.

“¿Cómo busca la igualdad salarial entre hombres y mujeres en su empresa?”
Mayela Rincón, Directora de Finanzas de Bio Rapel, responde que la equidad depende de una mayor capacitación,la cual puede contribuir a que académicamente las mujeres tengan las mismas habilidades que los hombres. Prejuicio: pensar que las diferentes oportunidades que hombres y mujeres enfrentan en el mercado de trabajo, salariales o no, se deben a la falta de formación de estas últimas, lo que ocasiona su baja productividad o su escasa competitividad. Dato que lo refuta: mujeres con mejor formación y experiencia laboral que otros hombres, suelen ganar salarios menores en las empresas donde trabajan. En suma: en el caso de las mujeres, la diferencia salarial no es una variable dependiente de la formación.

“¿Cómo se debe afrontar la doble jornada que viven las mujeres?”
Maite de Alba, Directora de Asuntos Jurídicos de Microsoft, aventurándose a cuantificar la injusticia, considera que la doble jornada es “ligeramente injusta”, aunque ayuda a desarrollar la multifuncionalidad. Prejuicio: justificar que el espíritu de sacrificio de las mujeres siempre tiene como contrapartida un aprendizaje o una ventaja; de cierta forma, se sufre, pero se aprende, por lo que el sufrimiento vale la pena. Dato que lo refuta: existe una enorme disparidad en la legislación que protege a hombres y mujeres en los empleos, especialmente, en el ejercicio de la maternidad. No pocas veces, la maternidad es una opción que frustra la carrera laboral femenina o, viceversa, la carrera laboral frustra los deseos de maternidad y reproducción familiar de las mujeres. En suma: licencias, permisos y beneficios deben ser cuidadosamente pensados en la legislación social y deben estar fundados en una amplia consulta pública a las principales involucradas, las mujeres. De la misma forma, las carreras laborales deben incluir el reconocimiento de la maternidad como un valor ético y profesional, no como un desperdicio de tiempo o un castigo a las oportunidades de promoción de las mujeres en sus puestos de trabajo.

“¿Cómo puede una mujer romper el “techo de cristal” y pasar de la gerencia a la dirección?”
Nicole Reich, Presidente de Scotiabank México y una de las mujeres más poderosas del país, responde: “hay que tener confianza en tí misma y aventarte (lanzarte) a la piscina, que lo peor que puede pasar no es tan grave. Es una cuestión de echarle ganas”. Prejuicio: las mujeres no progresan por falta de ganas y de confianza en sí mismas. Dato que lo refuta: la Sra. Nicole debería frecuentar más las filas en los cajeros de su banco y, cada tanto, salir a la calle y conversar con cualquiera de las mujeres que se crucen en su camino, contrastando la experiencia de vida de cada una de ellas con su particular opinión acerca de las piscinas y el éxito en el mundo de los negocios. Que se eche pues "un aventón” la Sra Nicole en las delicias de la economía informal, en las peripecias del trabajo doméstico o en el frenesí de una maquila trituradora de sueños y esperanzas... que lo peor que puede pasar no es tan grave. En suma: una ideología de la privatización del fracaso femenino en el mercado de trabajo sirve para culpabilizar a las mujeres de sus propias dificultades para romper ese techo que no es de “cristal”, sino de acero.

Sin embargo, el acero no es indestructible. Se funde. Y lo hace cuando hombres y mujeres luchan juntos por aquello que les pertenece: el derecho a vivir en una sociedad de iguales.

Mujeres Invisibles es una serie de notas sobre los procesos de invisibilización de las desigualdades de género en las sociedades contemporáneas. Ver, Presentación. Próxima entrega: “La violencia”.

domingo, 26 de agosto de 2012

Discurso humanista del Presidente de Uruguay


La Soledad y la Desolación, por Marcela Lagarde

Marcel Lagarde mujerpalabra.net


Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos. Esta construcción se refuerza con expresiones como las siguientes “¿Te vas a quedar solita?”, “¿Por qué tan solitas muchachas?”,  hasta cuando vamos muchas mujeres juntas.

La construcción de la relación entre los géneros tiene muchas implicaciones y una de ellas es que las mujeres no estamos hechas para estar solas de los hombres, sino que el sosiego de las mujeres depende de la presencia de los hombres, aún cuando sea como recuerdo.

Esa capacidad construida en las mujeres de crearnos fetiches, guardando recuerdos materiales de los hombres para no sentirnos solas, es parte de lo que tiene que desmontarse. Una clave para hacer este proceso es diferenciar entre soledad y desolación. Estar desoladas es el resultado de sentir una pérdida irreparable. Y en el caso de muchas mujeres, la desolación sobreviene cada vez que nos quedamos solas, cuando alguien no llegó, o cuando llegó más tarde. Podemos sentir la desolación a cada instante.

Otro componente de la desolación y que es parte de la cultura de género de las mujeres es la educación fantástica par la esperanza. A la desolación la acompaña la esperanza: la esperanza de encontrar a alguien que nos quite el sentimiento de desolación.

La soledad puede definirse como el tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras mismas. La soledad es un espacio necesario para ejercer los derechos autónomos de la persona y para tener experiencias en las que no participan de manera directa otras personas.

Para enfrentar el miedo a la soledad tenemos que reparar la desolación en las mujeres y la única reparación posible es poner nuestro yo en el centro y convertir la soledad en un estado de bienestar de la persona.

Para construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas. Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que nos quedamos solas. La necesidad de contacto personal en estado de dependencia vital es una necesidad de apego. En el caso de las mujeres, para establecer una conexión de fusión con los otros, necesitamos entrar en contacto real, material, simbólico, visual, auditivo o de cualquier otro tipo.

La autonomía pasa por cortar esos cordones umbilicales y para lograrlo se requiere desarrollar la disciplina de no levantar el teléfono cuando se tiene angustia, miedo o una gran alegría porque no se sabe qué hacer con esos sentimientos, porque nos han enseñado que vivir la alegría es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es compartido porque el yo no legitima la experiencia; porque el yo no existe.

Es por todo esto que necesitamos hacer un conjunto de cambios prácticos en la vida cotidiana. Construimos autonomía cuando dejamos de mantener vínculos de fusión con los otros; cuando la soledad es ese espacio donde pueden pasarnos cosas tan interesantes que nos ponen a pensar. Pensar en soledad es una actividad intelectual distinta que pensar frente a otros.

Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es hacer conexiones; conectar lo fragmentario y esto no es posible hacerlo si no es en soledad.

Otra cosa que se hace en soledad y que funda la modernidad, es dudar. Cuando pensamos frente a los otros el pensamiento está comprometido con la defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar.

Si no dudamos no podemos ser autónomas porque lo que tenemos es pensamiento dogmático. Para ser autónomas necesitamos desarrollar pensamiento crítico, abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades y esto significa hacer una revolución intelectual en las mujeres.

No hay autonomía sin revolucionar la manera de pensar y el contenido de los pensamientos. Si nos quedamos solas únicamente para pensar en los otros, haremos lo que sabemos hacer muy bien: evocar, rememorar, entrar en estados de nostalgia. El gran cineasta soviético Andrei Tarkovski, en su película “Nostalgia” habla del dolor de lo perdido, de lo pasado, aquello que ya no se tiene.

Las mujeres somos expertas en nostalgia y como parte de la cultura romántica se vuelve un atributo del género de las mujeres.

El recordar es una experiencia de la vida, el problema es cuando en soledad usamos ese espacio para traer a los otros a nuestro presente, a nuestro centro, nostálgicamente. Se trata entonces de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del pensamiento propio, de la afectividad, del erotismo y sexualidad propias.

En la subjetividad de las mujeres, la omnipotencia, la impotencia y el miedo actúan como diques que impiden desarrollar la autonomía, subjetiva y prácticamente.

La autonomía requiere convertir la soledad en un estado placentero, de goce, de creatividad, con posiblidad de pensamiento, de duda, de meditación, de reflexión. Se trata de hacer de la soledad un espacio donde es posible romper el diálogo subjetivo interior con los otros y en el que realizamos fantasías de autonomía, de protagonismo pero de una gran dependencia y donde se dice todo lo que no se hace en la realidad, porque es un diálogo discursivo.

Necesitamos romper ese diálogo interior porque se vuelve sustitutivo de la acción ; porque es una fuga donde no hay realización vicaria de la persona porque lo que hace en la fantasía no lo hace en la práctica, y la persona queda contenta pensando que ya resolvió todo, pero no tiene los recursos reales, ni los desarrolla para salir de la vida subjetiva intrapsíquica al mundo de las relaciones sociales, que es donde se vive la autonomía.

Tenemos que deshacer el monólogo interior. Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso, qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de la existencia.

La soledad es un recurso metodológico imprescindible para construir la autonomía. Sin soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad sino que no desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida como metodología, como proceso de vida. Tener momentos temporales de soledad en la vida cotidiana, momentos de aislamiento en relación con otras personas es fundamental. y se requiere disciplina para aislarse sistemáticamente en un proceso de búsqueda del estado de soledad.

Mirada como un estado del ser –la soledad ontológica–  la soledad es un hecho presente en nuestra vida desde que nacemos. En el hecho de nacer hay un proceso de autonomía que al mismo tiempo, de inmediato se constituye en un proceso de dependencia. Es posible comprender entonces, que la construcción de género en la mujeres anula algo que al nacer es parte del proceso de vivir.

Al crecer en dependencia, por ese proceso de orfandad que se construye en las mujeres, se nos crea una necesidad irremediable de apego a los otros.

El trato social en la vida cotidiana de las mujeres está construido para impedir la soledad. El trato que ideológicamente se da a la soledad y la construcción de género anulan la experiencia positiva de la soledad como parte de la experiencia humana de las mujeres. Convertirnos en sujetas significa asumir que de veras estamos solas: solas en la vida, solas en la existencia. Y asumir esto significa dejar de exigir a los demás que sean nuestros acompañantes en la existencia; dejar de conminar a los demás para que estén y vivan con nosotras.

Una demanda típicamente femenina es que nos “acompañen” pero es un pedido de acompañamiento de alguien que es débil, infantil, carenciada, incapaz de asumir su soledad. En la construcción de la autonomía se trata de reconocer que estamos solas y de construir la separación y distancia entre el yo y los otros.

viernes, 3 de junio de 2011

LAS NUEVAS MASCULINIDADES

Se preguntaba el profesor Gil Calvo hace una década sobre los dilemas del varón post-moderno, en su libro El nuevo sexo débil. Mucho ha llovido ya desde entonces y poco hemos recogido. Es cierto que el tradicional reparto de papeles entre hombre y mujeres se está trastocado en casi todos los ámbitos.

Hoy en nuestro programa de radio "...porque el Río Suena...", en directo, a las 1600 horas canarias, en www.ondacit.com, tendremos al profesor de la Universidad de La Laguna, Fernando Barragán. A él le preguntaremos sobre la nueva masculinidad o para ser más exacta, las nuevas masculinidades: ¿qué caracteriza al hombre de hoy? ¿qué conexión hay entre los colectivos de hombres por la igualdad y esas nuevas masculinidades?...

Escúchanos por la Igualdad...

LAS MASCULINIDADES EN LA NUEVA EUROPA: DE LA HOMOFOBIA A LA ETICA DEL CUIDADO DE LAS DEMAS PERSONA




FERNANDO BARRAGÁN MEDERO (1)


Masculinidades y Género



Los mecanismos culturales y sociales utilizados para demostrar que se es un hombre de verdad  varían notablemente en función de la época histórica, la clase social, la etapa evolutiva y la cultura de referencia –especialmente- por la forma de entender la contraposición entre lo masculino y lo femenino. Asimismo guarda una relación directa con el sistema de producción, los valores y las normas que cada cultura considera deseables.

La masculinidad patriarcal se define básicamente por tres aspectos: La separación de los chicos de la madre para evitar la contaminación de comportamientos, actitudes y valores femeninos; la segregación desde edades tempranas para diferenciarse de las chicas y la reafirmación de la heterosexualidad por negación de la homosexualidad (Badinter, 1993).

Desde un punto de vista antropológico podemos constatar tres aspectos básicos con relación a la construcción de la masculinidad. El primero de ellos, es que la mayor parte de las sociedades conocidas generan mecanismos de diferenciación en función del género. El segundo es el hecho de que la feminidad no se construye, la masculinidad sí, y además hay que demostrarla. Por último que existen diferentes concepciones de la masculinidad –distintas de la patriarcal- por lo que debemos hablar de masculinidades.  

Los mecanismos de segregación y de diferenciación –sociales y educativos- son reproducidos por los grupos e instituciones de poder que intentan legitimarlas diferencias que se establecen entre hombres y mujeres.

En cuanto al segundo aspecto, diferentes autoras y autores se han ocupado del tema (Mead, 1981; Gilmore, 1994; Mathieu, 1996; Lagarde, 1994) demostrando las diversas formas que adoptan las culturas y los ritos de construcción de un hombre más allá de los elementos de diferenciación biológica.

Las características que definen la masculinidad tanto en la vida privada como en la vida pública varían notablemente de unas culturas a otras e incluso pueden ser totalmente contrapuestas.

Entre algunas de las culturas estudiadas se establece una relación directa entre la biología y la construcción de la masculinidad o la feminidad. Así para los sambia, quienes tienen una concepción dimórfica de la maduración sexual quereside en la fisiología, existe un órgano interno denominado tingu que convierte progresivamente a las niñas en mujeres. El tingu de los chicos –por el contrario- es débil y necesita semen para crecer (Gilmore, 1994).

“Entre los gimi de Nueva Guinea, donde se puede decir que la fisiología es una parte creada, el estado ideal de masculinidad total, alcanzado gracias a los ritos, se hace a partir de la unión de los opuestos sexuales, pero bajo una forma masculina (Gillison, 1980). Esta apropiación por los hombres de los poderes biológicos femeninos alcanza a las propias substancias femeninas: para los gimi, la sangre menstrual es el esperma del hombre “muerto” y transformado; para los baruya (Godelier, 1982), la leche de las mujeresnace del esperma de los hombres” (Mathieu, 1996, 667).

La caracterización de la masculinidad puede realizarse por la expresión de la sexualidad o la autosuficiencia económica en las culturas mediterráneas, por ritos en los que es necesario soportar el dolor físico como es el caso de Papua Nueva Guinea (Gilmore, 1994) o por la competitividad, la búsqueda de experiencias de riesgo, el consumo de tabaco y alcohol (Harris, 1995) -entre otras muchas posibles- en la denominada de forma excesivamente homogénea cultura occidental. Resulta pues difícil poder establecer un conjunto de invariantes que caractericen la construcción de la masculinidad de forma universal, en especial si consideramos la diversidad de variables y los valores asociados a ellas.

Una primera afirmación que podemos hacer es que la masculinidad es un fenómeno cultural frente al hecho de ser un hombre entendido en términos biológicos, lo cual nos obliga a plantear la distinción entre el sexo y el género.

El género como construcción cultural implica tomar en consideración tres estructuras básicas: Trabajo, poder y catexis (Connell, 1987) y los grados de fuerza, alcance y jerarquía. A diferencia del autor mencionado que incluye la sexualidad en el concepto de catexis, sostendremos que es la sexualidad la que explica al género y no a la inversa.

Plantear la diferenciación en función del género requiere también establecer una relación entre sexualidad y género para explicar como los procesos de socialización primaria y secundaria generan mecanismos de construcción conceptuales, sistemas explicativos de lo que debe entenderse –al menos de forma ideal- por la masculinidad y la feminidad. MaCkinnon (1982) “... funde por completo las dos categorías al sostener que el género se halla conformado por la sexualidad, mientras que la sexualidad se encuentra amplia, si no totalmente, determinada por el género. Pero “es la sexualidad la que determina el género y no a la inversa” (Osborne, 1991, 139).

En consecuencia, una cuestión crucial es que si existen diferentes masculinidades, ¿cómo se establecen las relaciones entre ellas?, y ¿cómo se transmiten o tratan de perpetuarse en el curriculum de las instituciones educativas?.

“Los hombres, señala Marcela Lagarde (1994, 415-416), ejercen poderes de dominio sobre otros hombres por la competencia entre ellos para ser superiores, exitosos, y porque cada uno lucha por acaparar poderío para sí mismo” (...) Pero, los hombres tienen sobre todo, la legitimidad para dominar a sus enemigos”...

(1) Director en España del Proyecto Arianne junto con Amparo Tomé. Profesor Titular de Didáctica y Organización Escolar. Departamento de Didáctica e Investigación Educativa y del Comportamiento. Centro Superior de Educación. Campus Central, Avda,Trinidad s/nº, 38204 La Laguna Universidad de La Laguna, Islas Canarias España. fbarraga@ull.es



lunes, 30 de mayo de 2011

¿QUÉ ES EL LENGUAJE NO SEXISTA?


INFORME SOBRE EL LENGUAJE NO SEXISTA EN EL PARLAMENTO EUROPEO

(Aprobado por la decisión Grupo de Alto Nivel sobre Igualdad de Género y Diversidad de 13 de febrero de 2008)

La finalidad del lenguaje no sexista o lenguaje neutral en cuanto al género es evitar opciones léxicas que puedan interpretarse como sesgadas, discriminatorias o degradantes al implicar que uno de los sexos es superior al otro, ya que en la mayoría de los contextos el sexo de las personas es, o debe ser, irrelevante.

La utilización de un lenguaje no sexista es algo más que un asunto de corrección política. El lenguaje influye poderosamente en las actitudes, el comportamiento y las percepciones. El Parlamento como institución respalda plenamente el principio de igualdad de género, y el lenguaje que utiliza debe reflejar este hecho.

Para este fin, es importante establecer orientaciones que aseguren en la medida de lo posible que el lenguaje no sexista es la norma, en lugar de ser la excepción, en los documentos parlamentarios.

Estas orientaciones deben reflejar dos rasgos particulares del trabajo del Parlamento: en primer lugar, su medio de trabajo multilingüe y, en segundo lugar, su papel como legislador europeo.

En el medio multilingüe del Parlamento Europeo, el principio de neutralidad en cuanto al género no se puede aplicar de la misma manera en todas las lenguas. Algunas expresiones pueden ser aceptables en una lengua pero controvertidas en otras (por ejemplo, «derechos humanos» y «Menschenrechte» frente a «droits de l'homme»). Es esencial que los autores en el Parlamento Europeo tengan en cuenta estas diferencias culturales y lingüísticas.

La manera en que el principio de neutralidad en cuanto al género se refleja en un texto dependerá en gran medida del tipo y registro del texto de que se trate. Por ejemplo, lo que puede ser adecuado en un discurso («Señoras y señores») o en la forma de dirigirse a alguien directamente («Muy señor mío» o «Muy señora mía» en el encabezamiento de una carta) no se ajusta necesariamente a las limitaciones formales de un texto legislativo, que debe ser claro, preciso y coherente y no debe prestarse a soluciones de vanguardia que creen ambigüedad (tales como la alternancia de las formas masculinas y femeninas para el pronombre genérico o la utilización únicamente de la forma femenina en algunos documentos y de la masculina en otros). Los autores deben asegurarse de que la solución elegida es adecuada para el tipo de texto y para el uso que se le vaya a dar ulteriormente.

CUESTIONES COMUNES A LA MAYORÍA DE LAS LENGUAS

Aunque los problemas específicos en cuanto a la forma de evitar el lenguaje sexista varían de una lengua a otra, varios de los problemas siguientes son comunes a la mayoría de las lenguas:

(a) Uso genérico del género masculino

La convención gramatical en la mayoría de las lenguas europeas es que, para los grupos que combinan ambos sexos, el género masculino se usa como «inclusivo» o «genérico», mientras que el femenino es «exclusivo», es decir, que se refiere solamente a las mujeres. La utilización genérica o neutral del género masculino se percibe cada vez más como una discriminación contra las mujeres.

Evitar el uso genérico de la forma masculina no siempre es fácil, especialmente en textos formales. El uso de «él o ella» resulta poco elegante si se repite y hace que las frases sean más largas. Este es un problema particular de las lenguas con flexiones, en las que la utilización de ambas formas del pronombre implica que muchas otras palabras en la frase tienen que duplicarse para concordar con ambos géneros. Las formas combinadas («él/ella») se consideran generalmente torpes y difíciles de pronunciar. La alternancia de las formas masculinas y femeninas es otra estrategia que a veces se utiliza, pero puede resultar confusa y ambigua y no se recomienda en un marco formal como el del Parlamento Europeo.

En muchas lenguas, la palabra «hombre» se utiliza en una amplia serie de expresiones idiomáticas referidas tanto a mujeres como a hombres. Por ejemplo, hombre de negocios, hombre medio, hombre de letras, etc. Con un poco de esfuerzo, estas expresiones pueden hacerse neutrales en cuanto al género. Mediante la combinación de varias estrategias (véanse las orientaciones específicas), el principio de neutralidad en cuanto al género debería ser posible y el uso ocasional del género masculino en contextos más difíciles se podría considerar aceptable.

(b) Nombres de profesiones y cargos

Del debate público desarrollado en este ámbito en años recientes es posible identificar dos enfoques principales pero divergentes para evitar un lenguaje sesgado en cuanto al género para los términos de profesiones y cargos.

La tendencia actual en determinadas lenguas europeas (por ejemplo, en inglés y en las lenguas escandinavas) es reducir el uso de términos específicos en cuanto al género.

En la mayoría de los casos, esta tendencia neutral en cuanto al género ha llevado a la desaparición de antiguas formas femeninas, convirtiéndose en unisex las formas masculinas (por ejemplo, en inglés, «actor» en lugar de «actress»). Este principio, sin embargo también ha actuado al revés. En Escandinavia, por ejemplo, los enfermeros prefieren que se les designe con el término (gramaticalmente) femenino. De hecho, el término masculino equivalente se refiere a una función distinta (de menor nivel).

Este enfoque neutral en cuanto al género contrasta con la tendencia en otras lenguas (por ejemplo, en alemán y en francés y en algunas lenguas eslavas) a introducir más términos específicos en cuanto al género. Esta diferencia se explica por el papel estructural mucho mayor del género gramatical en esas lenguas. Dado que tienen género masculino y femenino específico, la mayor parte de las ocupaciones son por tradición gramaticalmente masculinas, con pocas excepciones, típicamente para trabajos tradicionalmente femeninos como «enfermera» o «comadrona». En estas lenguas la sensación de discriminación es particularmente fuerte y ha llevado a la creación de equivalentes femeninos de prácticamente todos los cargos de género masculino («Kanzlerin» (Cancillera), «Présidente» (Presidenta)).


En el Parlamento, los términos que designan las categorías profesionales se refieren por igual a personas de ambos sexos, independientemente del género gramatical del término de que se trate. Para que el mensaje sea claro incluso en las lenguas con géneros específicos, los anuncios de vacantes en el Parlamento normalmente usan la forma genérica tradicional, seguida de la expresión «f/m».

En el medio multilingüe del Parlamento, se recomienda por razones prácticas evitar las formas dobles en favor de términos genéricos cuando éstos se refieren al cargo. Los términos específicos en cuanto al género sólo deben usarse si el sexo de la persona es relevante para la cuestión de que se trate o —en el caso de «una lengua específica en cuanto al género»— cuando se refieren a personas individuales («la Secretaria General de la Comisión»).

(c) Nombres, estado civil y tratamientos

En una serie de lenguas oficiales (especialmente las introducidas a raíz de la ampliación de 2004), la forma de los nombres se modifica tradicionalmente de acuerdo con su función gramatical (flexiones). Esto ha resultado particularmente difícil en el medio multilingüe de las instituciones europeas donde la norma es no flexionar los nombres.

En algunas lenguas (por ejemplo, en francés, en alemán y también en español) el tratamiento utilizado para dirigirse a una mujer mayor, no casada o cuyo estado civil se desconoce, es el mismo que para una mujer casada («Madame», «Frau» o «Señora», respectivamente). En el Parlamento se evita, en general, hacer referencia al estado civil de la mujer. Habitualmente el tratamiento se omite y se sustituye por el nombre completo de la persona.

En términos generales, debe respetarse el deseo de la mujer en cuanto a la manera en que quiere ser tratada («Madame le Président» o «Madame la Présidente».).



CONCLUSIONES

Lo que sirve para una lengua puede no servir para otra. Para cada una de las lenguas oficiales debe encontrarse una terminología adecuada no sexista que sea conforme con las costumbres nacionales y tenga en cuenta la legislación nacional en la materia, las orientaciones a nivel nacional y otras fuentes autoritativas.

Al mismo tiempo, sin embargo, hay que subrayar que se exige a los traductores que traduzcan los textos de una manera fiel y exacta en su propia lengua. Si un autor intencionalmente usa un lenguaje específico en cuanto al género, la traducción debe reflejar esta intención. Esto hace que sea importante que los autores de los textos en y sobre el Parlamento sean plenamente conscientes de los principios del lenguaje no sexista.

Los autores también deben ser conscientes de las grandes diferencias culturales en este ámbito entre las diferentes lenguas europeas, lo que hace imposible que se pueda armonizar plenamente su uso en el Parlamento Europeo.

Un lenguaje neutral tiene más posibilidades de ser aceptado por los usuarios si es natural y discreto. Deben buscarse alternativas neutrales e inclusivas genuinas en lugar de expresiones que se presten a controversia.